Qué más podríamos pedirle al mar que volverse el principio y el fin de todas las cosas. Tantos y tantos se han perdido en él; quizá hayan sido muchos más, sin embargo, los que han hallado al contemplarlo o incluso imaginarlo su destino, su salvación, la condición innegociable de sus súplicas.
Los tres relatos que componen Finisterre, de Ximena González Cao, se sitúan –por voluntad o revelación- en el universo barroso de los sueños. Como todos sabemos, no hay nada más peligroso que soñar despiertos. Pero es justamente allí donde la belleza de este libro encuentra su forma, su lenguaje, su tormento: allí donde sus protagonistas descubren que las preguntas esenciales tienen siempre, para bien o para mal, una única e íntima respuesta.
José María Brindisi
Qué más podríamos pedirle al mar que volverse el principio y el fin de todas las cosas. Tantos y tantos se han perdido en él; quizá hayan sido muchos más, sin embargo, los que han hallado al contemplarlo o incluso imaginarlo su destino, su salvación, la condición innegociable de sus súplicas.
Los tres relatos que componen Finisterre, de Ximena González Cao, se sitúan –por voluntad o revelación- en el universo barroso de los sueños. Como todos sabemos, no hay nada más peligroso que soñar despiertos. Pero es justamente allí donde la belleza de este libro encuentra su forma, su lenguaje, su tormento: allí donde sus protagonistas descubren que las preguntas esenciales tienen siempre, para bien o para mal, una única e íntima respuesta.
José María Brindisi